Al decorar tratamos de expresar a través de objetos, colores y mobiliario nuestro gusto, nuestra personalidad y nuestro modo de sentir, con aquello que nos hace sentir a gusto o lo que pensamos que será más bello.
No existe ningún grupo cultural actual o en la historia que no haya sentido este mismo deseo.
La evolución de la decoración se inicia cuando los hombres salen de su entorno cercano y viajan a otros lugares donde se encuentran con grupos de personas con diferentes culturas. En este momento es cuando se produce el intercambio cultural y la copia de diseños.
En un principio se copian los modelos, ajenos a la propia cultura, para terminar adaptándolas a la propia forma de sentir que enriquece a ambas partes.
Es por esta razón que se puede seguir el rastro de un estilo decorativo en busca de donde se inició.
Para nuestro caso, la decoración del hogar podemos centrarla en la época grecorromana, su simetría y proporción que será copiada hasta la saciedad hasta el siglo XVIII. A esta etapa es a la que llamamos clasicismo.
Estilo que se fue enriqueciendo a través del contacto con otras culturas y su forma de entender la decoración sumándose elementos ajenos al clasicismo y dando lugar a estilos locales propios.
A partir del siglo XVIII se retoma las bases más puras del clasicismo grecorromano, nace así el neoclasicismo.
Este estilo se caracteriza, tanto en la arquitectura como en el mobiliario, en los tejidos y en los objetos decorativos, por elementos grecorromanos como jarrones, urnas, frontones, mampostería, etc.
Un estilo que perdurará hasta el siglo XIX donde recibe el nombre de neoclasicismo puro. Un estilo donde predomina la moderación, las líneas sencillas y claras en arquitectura y mobiliario con formas bien proporcionadas.
Será el siglo XIX, el inicio de la revolución decorativa donde a parte del neoclasicismo más puro podemos encontrar las influencias que llegan desde el otro lado del Atlántico, desde Asia e incluso de Escandinavia.
Será un estilo ecléctico, muy creativo que toma prestado elementos de estilos muy diferentes consiguiendo un gran efecto en su resultado final.
Un ejemplo de esto fue el estilo decorativo Victoriano que tomó elementos del neoclasicismo, del rococo francés, del Isabelino y del Gótico a los que añadió elementos de lugares lejanos.